Los pozos de la playa de Regla

10 de diciembre de 2023

El rincón del Cronista de la villa

Juan Luis Naval Molero

 

Pozos de Chipiona - Juan Luis Naval
Pozos de Chipiona – Juan Luis Naval

En la playa de Regla, próximos a la costa y tapados por la arena, existen unos pozos, que a todos cuantos nos hemos preocupado de escribir e investigar sobre el pasado de Chipiona nos han llamado poderosamente la atención. Personalmente a mí me atrajo, a raíz de la lectura en los años 70 del libro “Caepionis Turris” de nuestro paisano e historiador local D. Miguel Espinosa Pau, escrito sobre los años 40 del pasado siglo.

Aún quedan algunos “cataores” de los corrales de pesca, ya mayores, que recuerdan de haberlos conocido y que pueden dar fe de ellos. (Sin embargo para la mayoría de la población es algo desconocido o como mínimo olvidado con el paso del tiempo).

 

Sobre 1990 aproximadamente, frente al conocido “Bar Eduardo” en la playa de las Tres Piedras, aparecieron los restos del brocal de un pozo a una distancia de unos 35 metros. Aunque no deben tener concordancia unos con otros, si que es una prueba más de que la costa en un tiempo más remoto debió de estar bastante más retrasada de lo que hoy conocemos cuando se construían pozos a esta distancia del mar.

 

En el libro titulado “Alrededor de Tartesos” de Pedro Barbadillo Delgado se menciona que Luis Sánchez Lamadrid, oriundo de padre de Chipiona, que durante los años 60-70, pasaba los veranos aquí, recogió tradiciones y muestras de la existencia en la antigüedad de cierta importante población en nuestro pueblo, <<observando también la existencia en la playa, en lo más bajo de la orilla de las máximas bajamares, siete pozos alineados, sin duda para abastecer de agua el lugar>>.

 

Años después, cuando tuve la suerte de que cayera en mis manos la obra “Historia Sacra”, de otro historiador chipionero, el fraile agustino Diego Carmona Bohórquez, escrito sobre el año 1638, pude comprobar que también mencionaba en su libro unos pozos que él conoció y que de haber estado siempre la costa de Regla a igual distancia que hoy no tendría objeto de haberse construido tan próximos al mar. Nos lo cuenta así:
“..un pozo había en la misma playa que yo conocí, el cual daba agua dulcísima y clara en abundancia, en cuyo brocal batían las olas y lo cercaban, que fue aquel donde cayó el moro celebrado que contó aquel gran caso del moro Atarraez, cuando quiso asaltar el convento y le tuvo cercado..”
“..,y en el otro pozo que hoy sirve al convento y al pueblo en los arenales tan cerca del mar que está un tiro de piedra de él, y es por excelencia de agua dulcísima, delgada y regalada, y tan preciosa para los devotos de la Virgen que los enfermos con la gran fe que tienen, por llamarle “agua de Regla” a la de dicho pozo.”
Al relatar el tercer milagro de la Virgen de Regla, menciona también otro pozo: “.., permitió Dios que a la sazón cayese uno de los ochocientos turcos en un pozo que estaba en la playa, que de tiempo inmemorial se conservaba allí con agua dulce, el cual conocí yo con ella, cuyo brocal se descubre hoy día en andando el mar de leva; el cual pozo está a un tiro de escopeta del convento, a la parte de playa que tira a la villa de Rota,..”.

 

D. Miguel Espinosa Pau, nos los describe de la siguiente forma:
“estos restos de pozos muy antiguos hallados en la misma playa, que se ven cuando las resacas arrastrando la arena, que casi siempre los cubre, los pone de manifiesto. Hasta hoy no se han visto más que siete, si hay algún otro más internado en el mar, no se sabe por cuanto el reflujo, aún en las mareas vivas no se retira el agua lo suficiente para que se pueda ver caso de existir.
Se halla el primero poco después de pasada la avenida que se abrió sobre el cauce del ya dicho suprimido arroyo, y a una distancia de 30 a 35 metros del actual muro de contención; dos más, muy próximos uno a otro, a mitad de la distancia entre el primer pozo dicho y la rampa de subida y bajada del Santuario, y a 25 metros aproximadamente del mismo muro; otro frente a esta rampa a unos 16 metros separado de ellas; dos más, frente a la rotonda que forma la muralla del Convento, uno a 8 metros y el otro a 30, pero rectamente alineados el uno con el otro; el séptimo, poco después de pasada la dicha rotonda, pero más cerca de ella que de la segunda rampa, y a 35 metros de la muralla.
La existencia de estos pozos nos da la evidencia de que fueron abiertos en un tiempo en que el terreno no avanzaba más hacia el mar, puesto que no puede concebirse se hiciesen sin un fin práctico y en la situación tan extraña cual hoy aparecen>>.
<<Es de creer que los hombres que abrieron estos pozos tendrían la precaución de hacerlo lo suficientemente alejados para no exponerlos a ser invadidos en las pleamares que harían salobres las aguas más o menos potables que, veneros llegados bajo la dicha tierra plástica, a ellos afluían. Y respecto a las filtraciones salinas que pudieran tener, estas quedaban impedidas por la cualidad de la tierra que los circundaban, pues aunque estas no fuesen absolutamente impermeables, porque no hay terreno que absolutamente lo sea, la porción que a los pozos pasase habría de ser tan sumamente mínimas que no alterase la potabilidad; o bien, que obrando como verdaderos filtros, retenían las sustancias salitrosas dejando sólo pasar el agua en buen grado de pureza, pues que tampoco la hay en su estado natural químicamente pura, lo que suprime el óbice de que estos pozos estuviesen relativamente próximos a la orilla del mar”.

Mas adelante dice: “Estas construcciones ocasionan al que las estudia gran desorientación, porque en ellas se encuentran unas cuantas circunstancias que no se pueden relacionar en un todo con las de los vestigios al parecer de otros tiempos y agentes.

Lo primero que sorprende es que en vez de estar el contorno de su oquedad revestido de piedra suelta y sin labrar, de las que con tanta abundancia se podía disponer, lo estén con ladrillos cocidos y tan perfectamente amoldados, que unidos unos a otros vienen a formar sus extremidades dos circunferencias concéntricas. Estos ladrillos han podido llegar hasta estos nuestros tiempos en buen estado, a causa de que estando afianzados y casi siempre cubiertos por la arena no tuvieron mayormente rozaduras que los desgastasen.

Tienen una longitud de diez y ocho centímetros; la cuerda del arco mayor, catorce; la del arco menor, doce; altura o grueso, ocho; diámetro de la circunferencia céntrica o sea del hueco, aproximadamente un metro. Todos ellos como los de cada pozo presentan iguales formas y dimensiones, lo que parece indicar que se tenían de antemano unas escalas para aplicárselas a pozos de igual y distinto diámetro. Todos estos detalles hacen llamar más la atención, por cuanto esta clase de obras, ni por su objeto, ni para tal lugar, requería una ejecución tan curiosa y bien acabada.
El hecho de emplear ladrillos no es de extrañar, porque el arte de construirlos fue conocido desde tres mil años antes de nuestra era. Tuvo por origen la falta de piedra; y todos los pueblos que habitaban en regiones donde no las había o que habría que transportarlas desde largas distancias, se vieron obligados a sustituirlas con el barro, abundante por lo general en todas las regiones.
El uso del ladrillo para construcciones llegó a generalizarse aún en aquellos países que disponían de canteras. Por esta razón, no se puede determinar con toda certeza sin un estudio detenido, a cual de los dos pueblos, el romano o el árabe, pertenecieron los hombres que abrieron estos pozos, porque tanto el uno como el otro se le puede atribuir. La forma dada a estos ladrillos no decide nada; si hubiera ayudado a esta aclaración haberse conocido por algún medio restos al menos del caserío a que pertenecieron estos pozos, pues el estilo de su construcción habría manifestado con bastante claridad quiénes fueron los constructores de unos y otros”.

Las reflexiones que le surgieron estos pozos a Espinosa Pan fueron: “Primeramente no parece fuesen hechos por los soldados que guarnecieron la torre, porque con uno hubieran tenido bastante, aunque tuviesen consigo sus respectivas familias; y si estaban destinados a aljibes por no reunir las aguas subterráneas buenas condiciones de potabilidad, tampoco se puede admitir, tanto por el número de ellas como por lo distanciadas que se encuentran unas de otras, debiendo ser su lugar junto a la torre.

Después nos viene al pensamiento que cada uno, como queda dicho, debió haber estado al servicio de la casa construida junto a ellos, habitada por una familia que vivía con entera independencia de las otras; por que si no, ¿Con que objeto, porqué varios y distanciados algún tanto unos de otros?
Seguidamente pensemos que si la construcción de estos pozos se hizo con esmero, mayor hubo de ser el que darían a lo que había de servir de descanso, recreo, recogimiento ó refugio. Tras esto venimos a recapacitar que los habitantes dueños de estas casas no estuvieron faltos de cierto grado de instrucción si fueron construidas por ellos mismos, y si se valieron de alarifes, hay que creerlos a más en una situación financiera algo apartada de la pobreza. Al ser esto último; se recuerda la costumbre que tuvieron las familias acomodadas que deseosas de un período de sosiego y descanso, tenían su quinta en lugares retirados de las poblaciones, ya en la campiña, bien en la orilla del mar donde pasaban temporadas. Estos pozos y sus correspondientes casas no pueden admitirse perteneciesen a familias de pobres pescadores ó campesinos, puesto que los hogares de estos habrían sido rústicas viviendas, endebles cabañas ó chozas; probablemente con un sólo pozo hecho mancomunadamente de piedra sin labrar para servicio de todos.
Por último se nos ocurre preguntar: ¿A qué obedeció que estas familias acomodadas eligiesen este lugar y no otro? ¿Fue por la protección que pudiera darles la guarnición que hubiera en la torre, o sólo por la amenidad del lugar? La respuesta se deja al criterio del lector. “.